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15 octubre, 2024La forma de pérdida más usual o al menos más reconocida es la que se deriva de la muerte, sin embargo, hay otras pérdidas que Neimeyer, Robert A. (2001) define como privadas de derechos, que no pueden disfrutar del estatus y apoyo que solemos dar a las personas que sufren la muerte de un familiar cercano, por ejemplo, podemos pensar en que los niños, los retrasados mentales carecen de las facultades mentales necesarias para elaborar su duelo, tal y como solemos entender, también hemos cambiado.
La vida nos obliga a renunciar a todas las relaciones que apreciamos, cada una de estas pérdidas inevitables va acompañada de su propio dolor y nos afecta de manera particular, por ejemplo, las diversas transiciones de la infancia a la vida adulta, todo cambio implica una pérdida. en este capítulo que tienen que consiste en explorar esconde la puesta humana a las pérdidas magnífica.
En este punto, se propone la idea que la única alternativa ante una pérdida he sentido un profundo vacío llevando una vida superficial y carente de compromisos, evitando establecer apego se nos presenta mitigar el dolor de su inevitable pérdida. Una idea interesante considera que el estrés psicológico tiene su origen en patrones de distanciamiento o fracaso en el establecimiento de relaciones de rol profundas, pues permitir el acceso a nuestras percepciones, creencias y valores más íntimos, muchas veces nos hace sentir vulnerables.

Todo cambio implica una pérdida, del mismo modo que cualquier pérdida es imposible sin el cambio.
Hablar de etapas de los procesos de duelo puede inducir a error, ya que da a entender que todos los afectados siguen el mismo itinerario en el viaje que lleva de la separación dolorosa a la recuperación personal, pero lo que se intenta es un esbozo de patrones generales, no universales, la respuesta. Y es aquí donde encontramos la propuesta de las fases de un proceso típico de duelo, es decir, el ciclo del duelo que comienza con la anticipación o el conocimiento de la muerte del ser querido y se desarrolla a lo largo de una etapa vital de ajustes consecuentes.
Evitación: esta etapa se presenta especialmente en duelo intenso que violan nuestras expectativas sobre la continuidad de la vida de un ser querido, que parece imposible de asimilar y podemos sentirnos conmocionados, aturdidos, presos del pánico o confusos en un primer momento, lo que puede dificultar o evitar la plena conciencia de una realidad; hasta que se hace inevitable la aceptación de la triste realidad. Podemos decir que hay una dificultad para asimilar plenamente la noticia, la cual resulta traumática y nos cambia y empobrece irremediablemente.
A nivel conductual, las personas pueden parecer desorganizadas o distraídas y necesitarán las ayudas concretas en tareas necesarias de la vida cotidiana, se trata de una aparente negación de la realidad de la muerte, pero no se les puede culpar por ello, pues incluso si nos quedábamos mirando fijamente al sol podríamos quedar ciegos, entonces podemos pensar que aceptar la pérdida también debe ser un proceso gradual, es decir, entendiendo las implicaciones emocionales que tiene para nuestro propio futuro. Cierto grado de evitación de la realidad de la pérdida puede ser al mismo tiempo útil y normal. En el proceso orientado a la pérdida, el superviviente realiza un intenso trabajo de duelo, en el proceso orientado a la reconstrucción, la persona afectada se centra en los muchos ajustes externos que la pérdida requiere, concentrándose en sus responsabilidades domésticas y laborales.
Asimilación: en esta etapa nos preguntamos ¿cómo voy a poder seguir viviendo sin esta persona a la que tanto quería?, el reto es seguir aprendiendo las duras lecciones en ausencia de nuestro ser querido en miles de los contextos de nuestra vida cotidiana.
Hay ocasiones en que la asimilación puede traer sensación de alivio, por ejemplo, cuando hablamos de enfermedades como el cáncer, pero también pueden ser matizados por el sentimiento de culpa que acompaña el hecho de haber deseado inconscientemente su muerte para mitigar su dolor y nuestro propio agotamiento. Ante nuestra desesperación, nos distanciamos del mundo y nuestra energía se enfoca en la elaboración del duelo. Pueden presentarse imágenes intrusivas, incluso experiencias alucinatorias de la presencia del ser querido. El estrés prolongado característico de esta fase también puede pasarle factura a nuestra salud física, afectando nuestro sistema inmunológico y cardiovascular.
Acomodación: en esta etapa la angustia y la tensión empiezan a ceder, hay una aceptación resignada de la realidad de la muerte, la concentración y funcionamiento suelen mejorar, recuperando un mayor nivel de autocontrol emocional, aunque como en todas las fases del ciclo del duelo, tampoco se avanza de manera regular, los lentos esfuerzos para reorganizarse se ven salpicados por la dolorosa conciencia de la pérdida.

En busca una reconstrucción de la vida social no reemplazando a la persona fallecida, sino ampliando y fortaleciendo un círculo de relaciones que encajen con la nueva vida a la que tenemos que adaptarnos. Podemos pensar que los 2 primeros años que siguen a una muerte o pérdida significativa como una forma de normalizar la experiencia y permitir una anticipación más realista de su duración.
Me resultó interesante ver como un estudio reveló que las personas piensan que un duelo se puede superar de 48 horas y hasta 2 semanas en contraste con Investigaciones Científicas indican que el duelo es mucho más largo ya que la toma de conciencia de la pérdida, solemos experimentarla con una desorganización extrema que abarca los niveles sentimentales, de pensamientos y de conducta, donde se requiere de un intenso apoyo social, de una conciencia comunitaria de la pérdida y del reconocimiento de nuestro dolor.
Podemos hablar de que al principio hay una recuperación fugaz, como un intento de volver a asumir las demandas de nuestro papel habitual cuando se retira el apoyo que nos daban nuestros vecinos, jefes y familiares, por ello es importante contar con un círculo de confidentes comprensivos con los que poder elaborar esta experiencia turbadora, también es frecuente que se acuda con religiosos, médicos, terapeutas u otros profesionales en busca de ayuda.
El reto mayor lo encontramos cuando nos enfrentamos a ocasiones que tiene un mayor significado simbólico como vacaciones, cumpleaños, aniversarios luctuosos, etc. es por eso que decimos que tiende a durar años en lugar de meses e implica la aparición periódica de picos de duelo, años o incluso décadas después de la pérdida.
Al hablar de duelos no se busca patologizar la pérdida, pero sí reconocer cuando podemos quedar atascados, cuando el duelo parece estar aparentemente ausente, cronificar sea representar una amenaza para nuestra vida, esto ocurre muchas veces ante muertes fuera de tiempo, pues se trunca el futuro que se esperaba que tuvieran. Las características de la persona que sufre la pérdida también pueden influir en el proceso y el resultado del duelo, características que pueden incluir el uso de estrategias no adaptativas de afrontamiento.
Además, influyen factores contextuales, en general podemos hablar de que existen factores de vulnerabilidad que predisponen a una mayor intensidad del duelo, el más representativo es el nivel previo de adaptación de la persona. Otro factor que puede desencadenar un duelo complicado es la sobrecarga de duelo, muerte simultáneas o secuenciales.
Lo importante será saber cuándo pedir ayuda y Neimeyer nos propone que es cuando una persona se llega a poner en peligro a sí misma o a las personas que tiene bajo su responsabilidad, o que ante la pérdida desee su propia muerte, los pensamientos o los planes elaborados de suicidio hacen necesario consultar a un profesional, quién vive la pérdida es quien mejor puede saber cuándo pedir ayuda.
Reconociendo en sí factores como: intensos sentimientos de culpa, pensamientos de suicidio, desesperación extrema, inquietud o depresión prolongadas, síntomas físicos, ira incontrolada, dificultades continuadas de funcionamiento, abuso de sustancias.
Referencia
Neimeyer, R. A. (2001). Aprender de la pérdida. Buenos Aires: Paidós.